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Descripción archivística
F. Díaz Con objetos digitales
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«—Pues nadie tendrá queja de lo bien que lloré a mi marido cuando murió». Una madre, cansada ya, e indudablemente imposibilitada para continuar su incesante y doloroso gemido, tuvo que interrumpirlo, y se creyó en el caso de dirigirse al cadáver de su hija y decirle: «—Hija mía, perdóname, pero por ahora no puedo llorarte más». Por supuesto, los lutos son exageradísimos, produciendo completa clausuración (sic) de puertas y ventanas, y largas encerronas en las casas para las mujeres; y los hombres hasta se creen obligados a usar camisa y alpargatas negras. En cambio, en las casas no se reza ni un Padre Nuestro, como no sea muy en privado, para el alma del difunto.

Acervas censuras merece la educación que se da en el Puerto. Parece que, en tal particular, los padres, ricos o pobres, no saben serlo. Comienzan por hacer a los niños pequeños caricias en sus órganos pudendos, y a hablarles sobre estos; además no se recatan (claro está que todo esto en términos generales) de hablar delante de sus hijos, lo mismo los padres que las madres, con el lenguaje más soez y coprolálico, así que no es de extrañar que mezclen términos obscenos con sus primeras palabras. Y como además gozan niños y niñas de omnímoda libertad para reunirse con quien quieran y corretear por los sitios y las compañías que les plazcan, no es de admirar que pierdan tan pronto la inocencia, que apenas conservan, y se envicien con la masturbación precoz, y aun intenten, entre ellos, coitos naturales y contra natura, aun antes de doblar el segundo lustro de edad. Los padres suelen enviarlos a escuelas públicas o particulares , muchas veces más bien por descansar de ellos que para facilitarles la instrucción; pero si son muy pobres o muy interesados, pronto les interdicen la enseñanza elemental para hacerlos trabajar y que aporten dinero a la casa paterna, pues hay quien cree que los hijos solo sirven para esto (creencia corriente en estos padres) y que son verdaderas fincas para su lucro, y recuerdo a este propósito que hablando con un pescador algo acomodado de un matrimonio que tenía muchos hijos, decía: —Mejor para ellos (los padres), así tienen más gente que les gane dinero. (...)

Fotografía 184: Fábrica de esparto. 1918. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 6 x 10,6 cm.
Fotografía 185: Fábrica de esparto. 1922. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 5,1 x 9,9 cm.
Fotografía 186: Fábrica de esparto. Firmado a mano por F. Díaz. Tamaño: 6,3 x 9,2 cm.
Fotografía 187: Fábrica del esparto. 1918. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 6 x 10,8 cm.

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-sitación y Ángeles) y dos hijos (don Pascual, que estudia Derecho, y Don Ignacio, guardiamarina), todo los cuales habitan la amplia casa en bajo en el recodo de la plaza del Mar junto á la vía férrea; tiene otra hermana, Doña Ángeles, casada con un hijo de Don Pedro García Caparrós, y vive en una bonita casa en el paseo de Cánovas del Castillo. Posee esa familia numerosas casas, solares y almacenes en el Puerto (y el muelle que hay cerca del Pié del faro). Constituye la créme es esta sociedad; y su prudente aislamiento, muy criticado en general, pero que solo merece alabanzas, tiene á esta familia á una prestigiosa altura sobre el resto del vecindario. Me liga á todos ellos una buena, antigua y heredada amistad, y un lejano parentesco con las hermanas Gómez Vivanco por parte de su madre y de mi abuela materna. No han contraído más alianzas matrimoniales que las indicadas, así es que en el Puerto no tienen más familia.

La familia Yúfera, bastante decaída hoy, está emparentada con una buena parte de los vecinos, ricos y pobres, de la población. Hoy la forman los hermanos Bartolomé, Vicente y Francisco Yúfera y García, de los cuales el primero tiene varios hijos; entre ellos Ana, casada con el ilustrado directos de las Escuelas graduadas Don Eduardo Primo; y varios sobrinos, distinguiéndose entre todos estos Don Francisco Yúfera Hernández, Doctor en Derecho, y tal vez la persona más intelectual hoy día del Puerto, el cual comercia con gasolina y harinas, como también en esta última mercancía su primo Bartolomé. Sus parientes, como he dicho, son muy dilatados.

Don Eduardo Sánchez es rico hacendado, viudo de una Yúfera y con un hijo y una hija solteros. Viven en la casa más alta de la población en la calle del Progreso.

Y ahe citado en varias ocasiones á Don Francisco Javier Hernández Izquierdo, inteligente y probo comerciante é industrial, con varias hijas, queha adquirido con su propio esfuerzo una buena fortuna. En cambio su hermano mayor Juan es muy desgraciado en sus empresas, conservando una buena casa en la calle de la soledad, y un comercio de alquitrán y efectos navales (que también venden en sus respectivos establecimientos Alfonso Hernández Zaplana y...

Fotografía 148: Playa de la Isla. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 5,5x 10,8 cm.
Fotografía 149: Una barraca en la playa de la Isla. 1917. Firmado a mano por F. Díaz. Tamaño: 6,2 x 10,7 cm.
Fotografía 150: Escena en la playa de la Isla. 1921. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 5,6 x 10,8 cm.
Fotografía 151: Monte de la Arena. 1919. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 6,2 x 10,7 cm.

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(...) vecinos apenas frecuentan la iglesia, y casi no la pisan, como no sea para bodas y bautizos (y con bastante irreverencia), o atraídos por la curiosidad tan solo cuando hay funciones aparatosas. Pues bien, no bastante eso, que parece lógico que se tradujese en completa indiferencia, son tan numerosos los encargos de Misas (y no solo por difuntos y rezadas, sino votivos y cantadas) que el cura párroco no puede por sí solo hacer frente a tanto encargo, y lo mismo me sucede a mí desde que soy sacerdote. Lo mismo sucede con los entierros, que, como se trate de pobres de solemnidad, siempre, aun siendo de párvulos, se celebran con cruz alzada y asistencia del clero, según la posición metálica de cada familia. Así se explica que, contra lo que pudiera esperarse, sea esta parroquia origen de buenos ingresos económicos para el cura. Y ya he dicho antes que en la administración del Santo Viático asiste muchísima gente, hombres y mujeres, casi todos de clase humilde, doy fe de que en este solemne acto (y solo en este) se nota piadosa y sincera devoción que hace notable contraste con la usual irreverencia con la que se suele asistir al templo y a varias procesiones. La otra particularidad consiste en que, así como en todas partes la mujer suele ser más piadosa que el hombre, aquí ocurre todo lo contrario. Fuera de un corto número de mujeres del Puerto no son nada piadosas, aunque observan algunas prácticas, más bien supersticiosas como sucede con las invocaciones que, lo mismo ellas que ellos, suelen hacer a la Purísima Concepción, sin saber siquiera lo que significa este concepto. Es más, las mujeres contribuyen de especial modo a que los hombres se alejen de las prácticas religiosas, pues no solo no se ocupan de que sus hijos asistan a Misa y confiesen, sino que se burlan y mofan de los hombres cuando ven en ellos algún signo de incipiente piedad, que ya tratan ellas diabólicamente de borrar. Sienten tal horror y tal desprecio a la denominación de beatas, para ellas sinónimo de piadosas, que lo consideran como sangriento ultraje, y yo mismo oí, no hace muchos años, a una mujer que, en disputa con otra, fue molejada (sic) por esta de beata, contestar así indignada:«—Mira, llámame puta, pero no me llames beata». Sienten un satánico, aunque inconsciente odio a la confesión, y se lo inculcan así las madres a sus hijas, creyendo que es una vergonzosa humillación contar sus flaqueza a quien solo consideran como un hombre cualquiera y no creen en la constante inviolación (sic) del sigilo (...)

Fotografía 173: La Cueva del Agua. 1922. Firmado a mano por F. Paredes. Tachada con la misma pluma la firma de F. Soroa. Tamaño: 6,4 x 10,8 cm.
Fotografía 174: Encañizadas del Canal de las Salinas. 1921. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 6 x 10,6 cm.
Fotografía 175: La Cueva del Agua. 1917. Firmado a mano por F. Díaz. Tamaño: 6,3 x 10,7 cm.

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Si están en posición algo desahogada, pocos son los hijos que se dedican a estudios (así que es escasísimo el número de estudiantes en el Puerto), sino que, o se dedican a la viciosa ociosidad típica de este pueblo, o buscan empleos y colocaciones modestas, sin más aspiraciones; pues si hay jóvenes que las tienen, suelen ser totalmente ineficaces, por aceptar, sí, el fin, pero no el trabajo de cualquier clase que siempre suponen los medios necesarios para conseguir ese fin; quieren llegar a la cima de una montaña sin pasar la fatiga que produce subir la pendiente cuesta, así que se quedan en la falda del monte. Y la mayoría de los padres no animan a sus hijos a poner los medios, sino todo lo contrario. Un porvenir como nunca pudiera haberlo soñado se le ofrecía a un joven del Puerto, a quien un señor brindaba desinteresado cariño, sin pedirle otra recompensa que correspondencia en ese cariño, ni siquiera por propio y prudente interés; pues bien, los padres (sobre todo la madre) de dicho chico, hicieron estériles los esfuerzos de dicho señor, que a cambio de grandes beneficios pecuniarios y de todos los órdenes, solo recibía como pago ingratitud, falsedades y tontos engaños (a sabiendas de que la condición que ponía para conseguir aquello que nunca se hubiera atrevido a aspirar era ser sincero y no engañarle nunca en cosas que por ser además del dominio público, no podían ser ignoradas), llegándose hasta tratar de negar y ocultar, lo mismo el padre que la madre y el hijo, hasta la procedencia de los regalos y beneficios del bienhechor; ayudando esta madre tan mal aconsejada a su hijo en unos dañinos engaños; llegando a despojar a dicho señor de la razón de que estaba saturado, desautorizándole delante del chico, y hasta negándose a aceptar excelente y productiva colocación ante las 2 pesetas 50 céntimos que gana de jornal ahora como aprendiz un chico de 19 años, que se ha negado también a seguir la carrera que le empezó a costear el bienhechor, que tanto le quiere, negándose también aun simplemente a agradarle, hacerle compañía en su soledad, hacerse el necesario, en fin, mostrándose en cambio hosco, frío y seco, y aconsejado en esto por su madre. ¡A qué comentarios tan tristes se presta este también triste y conocido caso!

Fotografía 188: Punta de la Reya. 1917. Firmado a mano por F. Díaz. Tamaño: 5,6 x 16,1 cm.
Fotografía 189: Punta de la Reya. 1922. Firmado a mano por F. Ríos. Tamaño: 7,2 x 5,5 cm.
Fotografía 190: Playa de la Reya. 1922. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 10,6 x 6 cm.
Fotografía 191: Vista de la costa desdela punta de la (...). Firmado a mano por F. Díaz. Tamaño: 10,4 x 6,2 cm.

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(...) consuegro de Pedro García y Don Pedro Roth, y padre del farmacéutico de igual nombre, con el cual en su lindísima casa con altos con altos del Paseo de Cánovas del Castillo. Tiene convocados como obreros en la fábrica de fundición a varios parientes de su muger (sic), de apellido Sevilla.

También son empleados de la misma fábrica y de origen almeriense los hermanos Don Diego y Don Juan Soler, el primero además agente consular de Uruguay, y ambos domicilios en el paseo Cánovas del Castillo. Agustín Jerez, comerciante, vive en la calle del Carmen y también es oriundo de la provincia de Almería. Está casado con la sobrina de Encarnación Tomás, dueña de una hospedería. Don Ángel María Cánovas, de Cartagena, el gerente de la compañía propietaria de las salinas.

Por haber olvidado hacerlo al tratar el elemento indígena, incluyo aquí a Bartolomé Meca, dedicado al comercio marítimo, rematante de pescado y con una tienda de comestibles en la calle de los Carros.

Andrés Cervantes y González, padre de mi joven y queridísimo amigo y protegido Paco Cervantes, es natural de Garrucha, maquinista de la fábrica de fundición y dueño de una pequeña casa de dos pisos en la calle del Progreso.

Entre las familias que no viven en el Puerto, pero que pasan en él anualmente temporadas más o menos largas, cito en primer lugar a los hermanos Don Ceferino y Don Manuel Albacete y Zamora, de origen mazarronero, que pasan en este Puerto los veranos en las respectivas casas de las calles Nueva y de San Vicente, vecinos de Murcia el primero y de Lorca el segundo. Poseen una gran fortuna, que tal vez se comprometa seriamente por haberles resultado un mal negocio la instalación de una fábrica de harinas en las afueras de Mazarrón. Don Ceferino está casado con (...)

Fotografía 161: Playa de la Isla. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 6,1 x 10,5 cm.
Fotografía 162: Playa de la Isla. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 6,2 x 10,8 cm.
Fotografía 163: Isla de Adentro. 1917. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 6 x 10,8 cm.

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(...) este vecindario contra sus curas; y no hace muchos años que Don Domingo Marín, celosísimo párroco a la sazón, fue insultado y abofeteado en pleno púlpito y ante el Señor manifiesto, por imponer silencio en uso de su indiscutible autoridad parroquial; a quienes hablaban escandalosamente en el templo sin que ¡cosa extraña! ni aun las más devotos asistentes estuviesen dispuestos a defender ante los Tribunales ni en el expediente que al efecto se formó a su pastor atropellado, disculpándose alguna de las tales con importunos y fingidos éxtasis.

En cambio, como suele suceder cuando no se practica la religión, son numerosísimas supersticiones. En caso de enfermedad es frecuente acudir a curanderos y saludadoras, que recurren a ensalmos. Se valen del movimiento de un cedazo que gire sobre unas tijeras para descubrir a un ladrón. Se admiten (y no sé si alguien los practica) como medios para granjearse el cariño de alguien; o para satisfacer vengativos odios, los hechizos; y no es difícil hallar quien admita con una credulidad las apariciones de seres ultraterrenales. Antes la masonería contaba en este Puerto con bastantes adeptos, sobre todo marinos, y con fines de lucro; ahora afortunadamente parece que no hay masones entre estos vecinos; por lo menos no hay logia masónica en el Puerto, como la había hace ya bastantes años.

Los entierros siempre revisten carácter religioso, y con muchísimo acompañamiento, sobre todo por las tardes a la hora de terminar todos los trabajos. Pero en las casas mortuorias se despide a los difuntos de una manera muy poco cristiana, pues se les hace un duelo completamente pagano, con plañideras y lloronas, que son las parientas, amigas y vecinas, armando un monumental y ridículo escándalo con sus chillonas lamentaciones y elogios al difunto, no siendo raro oír hasta referencias a los detalles más íntimos de la vida matrimonial. Y que todo esto es cosa (...) y puramente convencional, lo prueban estos botones de muestra: Un marido, después de desgañitarse llorando a su esposa, preguntó a los visitantes con el tono más natural del mundo: «¿Ya he llorado ya bien?». Una viuda, sin duda, como protesta contra las dudas de un cariño conyugal, decía: (...)

Fotografía 180: Inmediaciones de la Reya. 1922. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 6,1 x 10,6 cm.
Fotografía 181: Camino de la Reya. 1922. Firmado a mano por F. Jorquera. Tamaño: 5 x 8,4 cm.
Fotografía 182: Peñascos de la Reya. Firmado a mano por F. Díaz. Tamaño: 6,2 x 10,7 cm.
Fotografía 183: Fábrica del esparto. 1922. Firmado a mano por F. Díaz. Tamaño: 6,2 x 10,8 cm.

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Respecto á las mujeres dan también buen contingente á las malas costumbres. La prostitución oficial solo tiene un establecimiento en el Puerto, el inmundo burdel del Rihuete, donde hay cuatro ó cinco mujerzuelas de la más baja estofa y más barata cotización; pero su clientela es más bien forastera, pues pueden acudir allí los marineros de los barcos que hacen largas carreras. La juventud de aquí salvo raras excepciones, se abstiene, en general, de ir a la asquerosa zahúrda, y no ciertamente por virtud, sino por miedo á contagios ó por timidez; y si algunos van rara vez no es á consumar cópulas pasageras (sic), sino de broma y por petulancia, por creer, en su brutal ignorancia, que es cosa de hombres el trato con esas envilecidas, pero desgraciadas mujeres, que luego les sirve para sus ridículas y desvergonzadas jactancias en sus conversaciones, tratando de probar así una virilidad de la que carecen.

En cambio, la prostitución clandestina, secreto á voces, es muy numerosa, y todos conocemos buen número de mujeres fáciles, solteras y casadas, y muchas de estas con la tolerancia y beneplácito de los correspondientes maridos; sobre todo, cuando el envilecimiento de la esposa reporta dinero ó favor con personas influyentes; siendo también los padres en no pocos casos seguidores del mismo criterio con sus hijas. Estas uniones ilícitas son más frecuentes en hombres de posición y de mediana edad que en los jóvenes, que son únicamente muy lenguaraces y se jactan de lo que no hacen. Hay muchas parejas amancebadas, bien por descuido de casarse, bien por convenio vicioso, y las mancebas no inspiran repugnancia á las mujeres que por honradas se tienen, sino que las admiten complacientemente en su trato; y aun se da el caso de que los hijos e hijas ilegítimas del querido (en ocasiones de los más distinguidos de la localidad) traten como a madrastras y aun llamar mamá á la despreciable concubina de su padre. En la créme de aquí es cosa admitida y usual hacer queridas. No es en esto peligrosa la juventud masculina, que carece de valor y del ingenio, que siempre supone, aun en el orden inmoral, una conquista; con sus petulancias lenguaraces e indecentísimas, tal vez la frecuentación de lupanares al hacer algún viaje (lo que les da materia abundantísima para sus soeces conversaciones por largo tiempo, y siempre exagerando y mintiendo descaradamente) se dan por muy contentos. En ellos (y en ellas), la masturbación (hábito adquirido en su temprana edad con otros vicios deshonestos y el lenguaje más generosamente obsceno) es cosa corriente, y bien lo demuestran los descoloridos y ojerosos rostros de los aprovechados sujetos. Como síntoma, pues me consta otra (...)

Fotografía 210: Playa del Castellar y rodal de las azucenas. 1919. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 5,8 x 10,5 cm.
Fotografía 211: Efecto de luna en las salinas. Firmado a mano por F. Díaz. La luna está remarcada con lo que parece lápiz. Tamaño: 6,6 x 6 cm.
Fotografía 212: Las salinas. Firmado a mano por F. Díaz. Tamaño:5,8 x 6,2 cm.
Fotografía 213: Las salinas. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 5 x 10,7 cm.

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(...) como digo, siendo de edad más o menos provecta, se creen posesores de un incuestionable derecho sobre los cuerpos de las desgraciadas que tienen que servirles, aunque la mayor parte de las veces se prestan ellas con gran gusto al ejercicio de este pretendido derecho; y ya he dicho que ocurre con no poca frecuencia que amos y criados estén ligados entre sí por vínculos de parentesco, por lo mismo que, bien mirado, en el Puerto y fuera de la familia de Gómez, todos sus naturales pertenecen a las clases inferiores, aunque unos sean ricos (muchos de ellos [...] y a veces los hombres también por qué medios) y otros pobres. Realmente que, considerando estas exquisiteces y comparándolas, con otras semejantes, con las costumbres feudales casi se echan de menos estas últimas, por lo menos ejercitas, con todos sus abusos, por verdaderos señores y no por la moderna plebe, más ó menos enriquecida, pero siempre más ridícula y más odiosamente pretenciosa y tirana que la verdadera aristocracia, haciendo recordar la lógica del conocido estribillo con que Ángel Pitón terminaba sus exactísimas coplas subversivas contra el Directorio: «—¡Y para ver tal situación - se armó la gran revolución! / ¿Para esto se ha vertido tanta sangre hace un siglo?». No hemos ganado con la desaparición del feudalismo aristocrático y con la implantación de los principios liberales.

Aunque relativamente paliados y ocultos, es indudable que los vicios homosexuales son cosa muy corriente en este Puerto. Así lo acreditan las más auténticas referencias de los mismos naturales, la multitud de críticas en este sentido (que suponen ser cosa muy frecuente unos actos que tan fácilmente se atribuyen por simples y engañosas apariencias, susceptibles de más benignas y más fundadas interpretaciones) y la propia observación por toda persona que se fije algo en lo que se ve. En el varadero de la playa en los lanchones varados allí no es raro ver desde el anochecer escenas dignas de los tiempos clásicos de Grecia y Roma, pero siempre más repugnantes y más brutales, que hacen temer el fuego de Sodoma. Es digno también de observar, como significativo síntoma, cuánto pronunciado alejamiento de los chicos respecto á las muchachas (son muy pocos los que tienen novia, aunque en sus jactancias de lengua se den y se tengan por irresistibles Tenorios), (cumpliéndose una vez más y quedando pebrada aquí la exactitud del conocido apotegma: «Dime de qué presumes y te diré lo que no tienes»), y el manifiesto desprecio que las chicas, que no son por cierto, en general, modelo de pudor, sienten hacia los muchachos en este sentido. También es de notar que es cosa corriente y usual costumbre acariciarse unos y otros tocándose hasta sus órganos genitales; y en pleno mar en la época de baños se advierten entre jóvenes rozamientos que si son broma, son bromas muy sospechosas de pésimo gusto las barracas [...] cuantos [...]

Fotografía 217: Monte Gitano y carretera de Mazarrón. Firmado a mano por F. Díaz. Tamaño: 6,1 x 8 cm.
Fotografía 218: Torre vieja o del Gitano. 1918. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 6,2 x 10,9 cm.
Fotografía 219: Afueras septentrionales de la población. Firmado a mano por F. Díaz. Tamaño: 6,3 x 10,4 cm.

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(...) Juan Hernández tiene dos hijos: Eugenio, casado, y Pedro José, soltero, siendo el fundador de la fábrica de esparto de la Reya. Teodoro Delgado es un carpintero retirado que tiene varios hijos, entre ellos el mayor de Don Agustín, sacerdote y actualmente coadjutor de la parroquia de San Antonio de Mazarrón; Teodoro, administrador de Correos en el Puerto; y otro, Pepe, que está encargado del servicio de automóviles de Cartagena al Puerto y Mazarrón, y casado con una muchacha de la localidad, hija de Antonio Méndez.

Don Felipe Munuera, que vive con su madre y hermanos en la calle Alta, es un joven empleado de la Compañía Metalúrgica que pertenece también al cuerpo de Correos. Don Antonio Serrano y Paredes, administrador de Agustín de Soroa, un inteligente maestro de obras que vive en su casa de la Puerta del Sol. Está casado con una hermana del ayudante de Marina Sr. Fernández Ballesta, tiene varias hijas, y es dueño de una pequeña fábrica de cemento en el Salero. Tiene un hermano, Vicente, y varios sobrinos, casi todos maestros de obras, como Ángel, Pedro y Juan, dueño este último y empresario del teatro que por eso se llama con un apellido, Serrano. Otro miembro de esta familia, Ángel, tiene en la calle de Cartagena tienda de comestibles, ferretería, almacén de madera y carpintería, como también funeraria (al igual que Alfonso Hernández Zaplana).

José Ríos y García es un carpintero retirado y hoy poco afortunado negociante. Está casado con una Serrano y tiene tres hijos, viviendo en la buena casa que posee en la calle del Escorial.

Juan Antonio García, casado con Marta Oliva (hija de la nodriza de mi madre) es patrón de cabotaje retirado, y ahora está dedicado a diversos negocios; vive en la calle Alta y tiene varios hijos, entre ellos Bartolomé, práctico de este puerto, y Francisco, empleado de Aduana como escribiente. Es ahora concejal.

Pedro Méndez tiene dos hijos, José y Francisco, ambos comerciantes de ultramarinos y una hija soltera; tienen muy buena y merecida reputación como comerciantes, y José (...)

Fotografía 152: La Isla de Adentro. Firmado a mano por F. Díaz. Tamaño: 6,3 x 10,7 cm.
Fotografía 153: Partido de football detrás del monte de la Arena. 1918. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 6,2 x 10x7 cm.
Fotografía 154: Monte de la Arena por la parte de tierra. 1921. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 6,2 x 10,8 cm.

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nada se puede esperar de la persona antes tan adulada, y aun con el mayor servilismo. Persona ha habido en el Puerto que al visitarla yo por primera vez el año 1919, quiso arrodillarse en mi presencia; la segunda vez que el mismo año la visitó, como estuviese cenando é interrumpiese la cena al llegar yo, al animarla para que continuase, me contestó así: «—Don Agustín, ¿qué mejor cena que verle á V. en mi casa?». Hoy esa misma persona á quien colmé (en mi hijo) de motivos de agradecimiento parece ser que me denigra en cuanto puede traidoramente y miente con el mayor descaro para ocultar los obsequios y favores que he hecho a su hijo, á quien tanto trata de alejar de mí, sin ver lo muchísimo que con eso perjudica el porvenir del chico, abusando además del gran cariño que aun profeso á este. ¡El Señor la perdone, como yo la perdono, tanta ingratitud y el daño que hace á mis sentimientos! ¡Funesta ingratitud que sea el manantial de nuevos beneficios, y culpables ingratos, así como el perro del hortelano que ni comía ni dejaba comer, hacen gran daño a mis sentimientos, que ante el temor de nuevas ingratitudes, no obteniendo beneficio que que de otro modo pudieran tal vez obtener por temor a tales precedentes! Todo esto supone un grosero positivismo y una notable falta de mundología; verdad en que en el Puerto se nota de un modo especial en todo lo que á verdadero conocimiento del mundo se refiere un desconocimiento del mundo casi absoluto que explica muchas cosas incomprensibles, tales como los crueles desengaños que me ha proporcionado cierta persona a quien quiero mucho, en buena parte debidos á consejos paternales, de que me he ocupado en otro lugar y no hay porqué tratar de ellos en este libro. Esta falta de mundología hace que los habitantes de esta población cometan no pocas pifias en el orden social que estropea su naturalmente agradable trato. Desagradables pruebas de eso mismo son los dos hechos siguientes: Cuando el año 1915, recién ordenado de presbítero, y siendo la primera temporada que pasaba en el Puerto sin mi madre del alma (q.e.p.d.) por haber fallecido el 7 de Enero del mismo año, necesitaba como nunca compañía que me distrajera y me acompañase en mi triste soledad, la persona más llamada á la sazón, siquiera tiene tan solo por cristiana caridad, á distraerme y acompañarme, se sintió más susceptible que nunca, y por un injustificado motivo se enfadó conmigo y se (...) muy bien de cumplir conmigo esas funciones, que entonces resultaban caritativas, á pesar de que es bien sabido en el Puerto que sé corresponder con creces. Cuando los años 1921 y 1922 los disgustos con una ingrata, aunque muy querida persona, me obligaron á romper con ella (si bien esos rompimientos temporales y breves) varios señores del Puerto (...)

Fotografía 244: Vista general desde el hotel. Firmado a mano por F. Díaz. Tamaño: 6,3 x 10,8 cm.
Fotografía 245: Jardines del hotel del director de la Compa. Metalúrgica. 1918. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 5,9 x 10,5 cm.
Fotografía 246: El Rigüete. Firmado a mano por F. Soroa. Tamaño: 6,3 x 10,6 cm.

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